Una tarde soleada que se hizo noche en Boedo

Delgado y el penal errado. El elogio del rival: “Con esa hinchada no se puede estar en la B”. Del aliento del grande a la histeria del poderoso. Ayer pasaron 30 años de una tristeza que se cambió por epopeya.

Delgado no pudo ni convertir en el rebote. Alles se lo tapó dos veces.

Delgado no pudo ni convertir en el rebote. Alles se lo tapó dos veces.

 

A las 15.37, le tocó ingresar a Argentinos Juniors, que recibió más silbatinas que aplausos. Finalmente, a las 15.41 el réferi dio comienzo al fin de las santas ilusiones.

 

Ninguno de los dos equipos quería regalar nada. El inicio fue parejo, áspero y el encuentro tuvo que acomodarse al nerviosismo de los 22 jugadores. Pasado los dos minutos de juego, Espósito amonestó a Delgado por bajarlo desde atrás

a Salinas. Ambos futbolistas, luego, serían trascendentales para el desenlace del cotejo.

 

Lorenzo gritaba desde el banco. A pesar de que el empate le servía a San Lorenzo para quedarse en la A, el Toto arengaba a sus muchachos para que arriesgaran un poco más. Lo escuchó Insua, que la puso en el ángulo derecho,pero los reflejos del uruguayo Alles desviaron el intento azulgrana.

 

El Ciclón insistía sin ideas. La hinchada que empujaba y Rinaldi que busca un centro y cabecea al primer palo. Magallanes intercede con la mano. Espósito no duda y sanciona penal a los 16 minutos.

 

La tomó Delgado. Su carrera fue larga. Pateó fuerte al medio, donde un adelantado Alles rechazó el balón. Llegó el rebote, otra vez el propio ejecutor del penal que disparó con bronca, como desquitándose de su fallido primer intento. No hubo caso. El arquero del Bicho sacó el zurdazo con sus rodillas.

 

De ahí en más, a pesar de que ambos equipos dividían el juego, Argentinos se alimentaba del hambre de San Lorenzo y crecía anímicamente, aspecto fundamental en un partido de esta magnitud.

 

Después, el Ciclón se preocupó por cuidar el mediocampo y controlar a los delanteros Salinas y Magallanes. A los 36, Glaría cruzó a este último dentro del área y los visitantes se encontraron con una posibilidad desde los doce pasos cuando menos lo merecían.

 

Salinas, muy decidido, la puso fuerte abajo, al palo derecho de Mendoza, para que festejasen los de La Paternal y sufrieran aquellos que gozaron con los Diego García, Lángara, Martino, Sanfilippo, Albretch, Ayala o Telch, nombres lejanos para aquella tarde.

 

Lorenzo, ya en la segunda parte, sacó al volante Milano y se la jugó por Godoy, un uruguayo arremetedor. El Ciclón quería pero Argentinos no. Los bichitos cortaban el juego. Foul o al lateral. No querían saber nada con una ofensiva azulgrana.

 

A cuatro minutos del final, cuando se confirmó el triunfo en el clásico cordobés de Talleres -el otro conjunto que buscaba mantenerse en la A- sobre Instituto por 2 a 1, los santos comenzaron con su último aliento. El “San Loreeeeenzo, y San Loreeeenzo…” desgarrador que bajaba desde tres sectores de la cancha, era el aviso de que el descenso estaba en Caballito.

 

Quedaba poco y San Lorenzo empujaba a base de centros, pero ninguno caía en una cabeza salvadora. Eran siempre cortos o largos, hasta que Godoy capturó uno. Era claro para empatar, el uruguayo disparó fuerte pero la ilusión que nació de su pié, murió en el travesaño.

 

No había chances. Alles y su arco parecían invencibles. Argentinos se transformaba en el verdugo de San Lorenzo, que perdía la Primera División en el estadio de Ferro, justo en el mismo predio en el que conquistó el ascenso en 1915, tras vencer a Honor y Patria 3 a 0 en la final.

 

Las lágrimas fueron la instantánea reacción de los hinchas, pero no la única. Sorprendidos con la noticia de ser el primer “grande” que se fue a la B, una multitud que descubría a todas las edades bajo el relieve azulgrana, se despidió de pie, aplaudiendo hasta al propio arquero rival, aquel que tapó el sol de la tarde para que en Boedo cayera la noche.

 

 

El elogio del verdugo de los tres palos

 

Mario Alles, guardavallas de Argentinos Juniors, no sólo se mostró feliz por ayudar a su equipo a mantenerse en Primera, sino también por cómo lo despidieron los hinchas del Ciclón. “Estoy tremendamente emocionado por lo que ocurrió al final con la gente de San Lorenzo que me aplaudió. Continuamente alentaron a su equipo”, dijo para resumir: “Con esa hinchada se no se puede estar en la B".

 

* Texto extraído del libro "San Lorenzo de los Milagros"

 

 

La grandeza de un grande contra la bajeza del poderoso

 

A San Lorenzo le tocó descender y la despedida fue entre lágrimas y aplausos, inclusive para el arquero rival. Los vecinos de Caballito fueron testigos de un momento difícil, pero sus comercios y viviendas no fueron saqueados ni destrozados. Nadie insultó ni se puso loco. No hubo amenzas ni hechos de violencia. La única herida estaba en el corazón.

 

Tampoco el estadio de Ferro, que lo siguió cobijando  San Lorenzo tras el despojo que la dictadura le realizó. Es más, el Ciclón tuvo que bancarse, sabiendo que al año siguiente jugaría en la B, el torneo Nacional. Casualmente, la última fecha de ese certamen fue frente a Ferro y, su capitán, Gerónimo Saccardi, reunió a sus compañeros cuando terminó el partido y los obligó a saludar primero a la tribuna visitante. "Siento la piel de gallina, vayamos a saludar a la hinchada de San Lorenzo", dijo Cacho. Claro, sabía que era verdad eso de "Ciclón, Ciclón, te vamos a seguir, adonde quieras ir...".

 

La diferencia es clara. El remedio del dolor de uno fue el aliento y la fidelidad a una camiseta que iba a lo desconocido. El otro, en cambio, un hincha que insultó a Dios y a María santísima, cómodo y sentadito en un sillón de su casa, documentado por sus hijos, porque para ellos, es lo mismo verlo por televisión. O Youtube.

Román Perroni

@romanperroni

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